TEXTOS AL MINUTO
J. Jesús Jiménez
Andariego por razones de salud y filosóficas, me gusta adentrarme a territorios fuera de lo común. Un día topé con una cueva y por poco me hundo, fue en el vértice de El terrero; lo mismo me ocurrió al escalar el Everman en la isla del Socorro, donde hundí el tenis en la azufrosa ceniza humeante de ese cono; otra vez, distraído que soy, cuando me di cuenta ya estaba a medio potrero, y frente a mi tenía un toro resoplando y desbaratando terrones con las pezuñas en señal de furia, y aunque no me gusta la toreada, en segundos que me parecieron horas, como en un estado letárgico, de cámara retardada, me quité el chaleco de reportero, eché la pierna derecha adelante en ligero ángulo y esperé la embestida para capotearlo, pero no llegó, gracias a una ave que se paró en el asta cónica afilada que lo distrajo; otra vez me persiguió un inocuo apalcuate paralelamente en una cerca de alambre y cómicamente nos deteníamos a la vez; y no les cuento del alacrán que me arponeó al agarrarme de un tronco seco de cerca; o del panal que testereé en un frutal o de la pitaya que me cayó en la desnuda espalda en Piscila cuando fui con mis amigos Valdez y Osorio ha muchos años; o del puma que me rugió en la Gloria Escondida, de los cerros más altos de Minatitlán, que se miran desde la ciudad de Colima, al poniente.

Después de este preámbulo estilístico, digo que así también, en mis ahora primeros vientos de la orilla otoñal, me han salido unas ganas de andar por el campo, como si fuera la última vez que lo haría. Y me sigo adentrando en paisajes encantadores, mágicos, dando rienda a la imaginación y tratando de registrar lo que veo.

Fue así como en esta mañana del martes 28 de mayo, en mi paseo por los antiguos terrenos de Santa Bárbara, o de los Barney, pero cientos de años antes el hábitat de los colimotes; me vi, de repente, en una exuberante vegetación, por la ribera del Rio Colima, nuestra referencia de la bohemia bucólica. Si Paris tiene el Sena; Londres el Támesis, y Alemania el Rhin; los colimenses tenemos este encanto que corre de norte a sur atravesando la ciudad capital.

He pasado cuatro veces por una sequoia gigante en el norte de California, hace muchos años; y la misma impresión, de estar ante un monumental y centenario árbol, la tuve esta mañana. Ahí estoy posando, rindiendo culto, aunque sea con la vista, a la maravillosa evolución. Es un “árbol de hule”, enorme. Y hay muchos otros en la cuenca del Rio Colima.
El viejo acueducto de la fábrica de Hilados y Tejidos es tan sorprendente como de los enormes árboles en esa zona del norte de la ciudad.

Y no paró mi sorpresa ante la naturaleza, cuando de repente volteé hacia la parte oriente del mirador del Rio Colima, en los senderos de La Campana, y descubrí una serie de arcos de la desparecida fábrica de hilados y tejidos, emprendida por Barney y de la cual fue administrador el gobernador Ramón R. De la Vega, a mediados del siglo XIX, esta es una joya arquitectónica, digna de preservarse, y de ser conocida por los colimenses de este inicio de milenio.

Publico este Textos al Minuto, para enfocar sitios de interés colectivo, que deben conocerse y preservarse, como es la encantadora cuenca del Rio Colima, que, en la parte norte de la capital, aún conserva estampas de belleza natural sorprendentes.
Gracias por leerme.